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No advierte su mal el insensato hasta después que lo ha sufrido.

Homero

 

Curioso que en estos días en los que todos creemos estar haciendo un esfuerzo al quedarnos en casa, haya quienes están respirando paz, sintiéndose aliviados por no tener que acudir cada día al infierno que les esperaba. Cientos de trabajadores maltratados por jefes o compañeros déspotas, cientos de niños o jóvenes que padecen la tiranía de algunos que creen que pueden tratar a quien tienen al lado como les venga en gana, que todo vale, que pueden hablar a los demás de cualquier forma, que pueden tratar a otros seres humanos como si fueran un saco de boxeo en los que descargar toda su inseguridad, su frustración y su rabia.

Curioso que hoy, que tantos sufren por quedarse en casa, haya quienes te afirman sin pudor: ¡Esto para mí es mejor que la vida que tenía!

Para quien sufre una tortura diaria bajo la incomprensión de quienes les rodean, o la complicidad de quienes observan guardando silencio, poder salvarse de la quema es todo un privilegio. Aún más curioso es que, también se libran del dolor que les generamos todos aquellos que pensamos ayudarles con frases como: «no hagas caso», «no le des importancia», «defiéndete» …. y que, de ese modo les lanzamos un terrible mensaje: «Deberías ser capaz de ciertas cosas y NO lo eres».

Por desgracia, el sufrimiento que se padece cuando somos mal tratados no se ve. No hay marcas que prueben que hay heridas. El sufrimiento es invisible. La palabra sufrimiento lo dice todo, compuesta por el prefijo «sub», que significa «abajo» y «ferre», que significa «soportar». El sufrimiento es esa presión que alguien ejerce sobre nosotros hacia abajo.

Cuando alguien nos MAL trata no solo nos pega o nos insulta.  EL mal trato es la estrella de las ocho puntas en la que también se nos humilla, ningunea, critica, juzga, ridiculiza, exige o se nos dan consejos que nosotros no hemos pedido. Y ante esta jerarquía que los demás establecen sobre nosotros en la que se nos doblega, una y otra vez, no podemos no sufrir.  Saber que me espera un martillazo no me librará de su dolor ni quitarle importancia o devolver el golpe lo hará.

No, no soy capaz de «no darle importancia» porque el dolor no se puede elegir. No, no soy capaz de «no hacer caso» porque el sufrimiento es ese estado que inevitablemente padecemos todos cuando somos sometidos. No, no soy capaz de «defenderme», porque eso supondría una declaración de guerra y las personas inteligentes emocionalmente JAMÁS declaramos la guerra, sino que somos guardianes fieles de la paz.

Pero es tan fácil decir lo que se puede o no hacer cuando hay una realidad que se desconoce. Es tan fácil pensar que algo es fácil cuando no se padece. Es tan fácil la soledad cuando puedes elegirla. Es tan fácil soportar el insulto cuando te sientes acompañado. Es tan fácil no tener miedo cuando te sientes respaldado. Es tan fácil sentirse seguro en un entorno controlado.  Es tan fácil no tener ansiedad cuando no hay amenaza.

Por esa razón, cuando quien es maltratado en el colegio se tiene que quedar en casa, no siente que renuncia a nada sino que, por fin, puede respirar: No tiene que ir cada día al infierno que le espera ni soportar los consejos que aún le hacen sentir peor. En su casa, no hay amenazas. En su casa se siento seguro. Pero, para su desgracia, esa tranquilidad tendrá una nueva consecuencia negativa en el futuro. Cada día que vive alejado de aquello que teme, el miedo irá creciendo en su interior. Ya lo dice el refrán: «Pan para hoy, hambre para mañana».

Cada evitación irá dando de comer al miedo por un lado, mientras que por otro lado, mermará su capacidad de enfrentarse con él. El resultado será que, tras esta dulce anestesia, en la que creía sentirse mejor, en la que estaba más tranquilo habrá una triste consecuencia: como si fuera una persona que, ante el dolor de una fuerte lesión, hubiera decidido vivir encamado, el paso del tiempo solo hará más difícil la recuperación del órgano lesionado. Esto hará que después de esta cuarentena y después de las largas vacaciones de verano, todos aquellos que habían evitado el maltrato puedan correr el riesgo de una fobia más fortalecida. Ojalá que todos cuantos les queremos ayudar no consideremos que es fácil salir de aquí, que tratemos de ayudar sin dar consejos de quien solo demuestra falta de empatía y que NO esperemos a que comience la «normalidad» para actuar. Porque adelantarnos es lo único que puede ayudar en estos casos. El sufrimiento llegará y nos pondrá a prueba como si se tratara de una maratón, por esa razón lo único que nos puede ayudar realmente  es: que nos encuentre «muy bien entrenados».

Hoy que vemos a estas personas mejor, más tranquilas, más contentas y aliviadas debemos saber que la infección está recorriendo su mente, que NO ver el problema es lo que hará que éste se vaya fortaleciendo y que el recurrente autoengaño de: «no pasará nada» suele ser el principio de nuestras posteriores desgracias.

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