Todo aquel que hace lo que desea, porque eso es lo que le hace sentir bien, tiene el principio de la felicidad en sus manos

Enhorabuena a los libres de espíritu, a todos aquellos que con cada una de sus decisiones se atreven a reafirmarse en su propio camino: a los hombres que deciden quedarse en sus casas y cuidar a sus hijos, a los que deciden ser lo que soñaron y no aquello que tenga más salida laboral, a los que deciden no buscar algo fijo sino algo que les gusta, a los que pudiendo tener un Mercedes tienen un Fiat, a los que no necesitan un piso en propiedad para sentirse más seguros, a los que viven en pareja y no necesariamente casados, a los que deciden no tener hijos a pesar de estar juntos o haberse casado y un largo etc… Todo aquel que hace lo que desea, porque eso es lo que le hace sentir bien, tiene el principio de la felicidad en sus manos. Da igual que uno se case o no, sea funcionario o no, tenga hijos o no. Lo importante es que aquello que hacemos no lo hagamos porque “se debe hacer”. Hoy, lo que no son esclavos del prejuicio o víctimas de la presión social van sufriendo por todo aquello que “deberían ser” y se atreven, contra todo pronóstico a no serlo. La regla y la norma social no les marcan el paso como un rígido corsé. Un corsé según el cual los hombres para serlo deben demostrar que lo son ante toda una sociedad, copiando el patrón de conducta establecido por aquellos tan faltos de libertad que funcionan como meras marionetas del qué dirán. Un corsé que obliga a las mujeres a no plantearse lo que quieren ellas sino a hacer lo que “toca” y a temer permanentemente alguna trágica consecuencia con un “peligroso arroz” que se debe pasar. Esta es la verdadera tragedia; que entre tantas obligaciones que tenemos las mujeres para serlo, existe una tan seria como la propia maternidad.

He visto sufrir a mujeres por elegir no ser madres y soportar la presión y el insulto gratuito de quienes eligen serlo libremente. A quién han elegido este desvío en el camino se la ha tachado de poco mujer, mala mujer, fría, egoísta, inmadura y un triste y penoso etc… Vaya por delante decir que el hecho de que uno tenga hijos, desde luego, no es un acto de generosidad hacia nadie. Si fuera así nos dedicaríamos a engendrar hijos para aquellos que sufren por no tenerlos y adoptaríamos a los cientos de menores que por no tener la edad deseable esperan con anhelo y desesperación ser acogidos en un hogar. Así pues, no nos engañemos, tener hijos es algo que elegimos pensando en nosotros, como también pensando en nosotros podemos elegir no hacerlo. Pero ¿por qué una mujer puede ser criticada y denostada por ser madre? Del mismo modo que antes el hombre era considerado menos hombre si se le veía empujando un carrito de niños, la mujer de hoy es considerada menos mujer si no llega a hacerlo antes o después. La realidad es que no hay un reconocimiento de la mujer como tal al margen de su maternidad y hasta en la liberación de los prejuicios sociales el hombre vuelve a estar por delante de la mujer.

Ante la pregunta de qué puede haber más bello que la maternidad, estas mujeres tienen cientos de respuestas: mis aficiones, mis pasiones, mis sueños, mis proyectos… Si bien es cierto que, un hijo llega a ser afición, pasión, sueño y proyecto de la vida de muchas mujeres cabe preguntarse si, cuando los hijos abandonan el nido, éstas vuelven a reencontrarse con ellas mismas en el camino de la vida. Yo, personalmente, creo en esa frase que dice que: no hay respuestas inteligentes a preguntas absurdas y que el único modo de encontrar una respuesta válida es acertar con la pregunta adecuada. Puede que la pregunta no sea por qué es mejor para la mujer ser madre sino para qué es necesario que lo sea. En demasiadas ocasiones, he escuchado la misma respuesta: para alcanzar la felicidad y, en mi opinión, es ahí donde radica el verdadero problema. Una mujer debe sentirse feliz, realizada y plena para tener algo que ofrecer a su hijo, de ningún modo buscar este hijo para llegar a ser feliz o sentirse plena, pues, en ese caso la responsabilidad de su felicidad recaería sobre las débiles espaldas de un bebé que deberá eternizarse en su rol de hijo para tranquilidad de una madre que, a lo mejor, no aprendió a sentirse plena siendo tan sólo… ¡la mujer que quería ser!

Así pues, pensemos antes de nada, qué quisiéramos ser apoyándonos en nosotras mismas, y cuando lo seamos podremos añadir a nuestra felicidad ya alcanzada la de la maternidad, si es eso lo que deseamos… que es bien distinto, de que sea “eso” lo que anhelamos o lo que “nos falta” para poder alcanzar la felicidad.

Una mujer debe sentirse feliz, realizada y plena para tener algo que ofrecer a su hijo, de ningún modo buscar este hijo para llegar a ser feliz

Lourdes Relloso Campo

Psicóloga Clínica – Directora del Instituto Bidane

Psicología, psicopedagogía y sexología

Laudio (Álava