Hoy nuestra esperanza de vida es más larga que nunca pero la calidad de la misma, cuando se acerca el final, es más mediocre y agónica de lo que haya sido jamás. Los mayores de antes eran respetados y venerados; los ancianos de hoy son olvidados y abandonados… esto es lo normal. La “normalidad” es la vara con la que todo se mide y hoy lo normal es el abandono a aquellos que, con gran esfuerzo, lucha y sacrificio, en un pasado lo consiguieron todo. ¿Qué hace que después de haber adquirido cada uno de sus logros, éxitos y derechos… los pierdan con la misma impotencia de un indígena colonizado?

Todo lo que somos de los debemos a nuestros padres pero ¿qué podrán esperar de nosotros ?

La canción dice: Gracias a la vida que me ha dado tanto… y yo me pregunto qué le diremos a la vida cuando ésta nos vaya quitando todo cuanto alcanzamos: nuestra gente, nuestra familia, nuestras aptitudes, nuestra salud. Qué le diremos a la vida cuándo todo sean pérdidas. Unas porque el tiempo no perdona, otras porque la nueva cultura hace que nuestros corazones sean tan duros e inclementes como éste.

Así, quien un día tuvo una cada llena de gritos, algarabía y responsabilidades, queda rodeado por el silencio, el vacío y la soledad. Una soledad que no buscamos sino que, como el más astuto de los sabuesos, siempre terminará por encontrarnos. Una soledad molesta e implacable que no pregunta si puede quedarse; una soledad impositiva que nos obliga a acogerla en nuestra alma y que vivirá sin remedio, con la melancolía, la nostalgia y la tristeza.

Estas cuatro damas negras serán las compañeras incondicionales de casi todos cuando lleguemos a mayores, pues todos sabemos que no somos tolerantes con el sufrimiento ni tratamos con clemencia el dolor. La causa es que hemos sido educados para dar la espalda a todo lo que nos resulta negativo y, de este modo, vamos cocinando en las brasas de tanta infantilidad y egoísmo el abandono que sufriremos en un futuro.

Las instituciones que antes debían ocuparse de nuestros enfermos hoy deben extender su manto hacia todas aquellas personas que “estando de vuelta” no parecen ya ir a ninguna parte . Quienes antes se ocupaban de nuestros mayores están afuera de casa trabajando. De esta manera está organizada la vida. Así son las cosas, esto es lo que hay, es lo común pero ¿es esto lo normal?

Lo común, lo frecuente, lo habitual, lo cotidiano, no es lo normal. Normal es lo que debe de servirnos de regla, lo adecuado, lo correcto, lo deseable, lo idóneo  y por muy frecuente que sea abandonar a los nuestros, alejados de sus familias, sus amigos, sus hogares, jamás será lo correcto o ¿acaso alguien desearía en un momento de debilidad estar lejos de los suyos?

Todo lo que somos se lo debemos al sufrimiento de nuestros padres. Mañana ellos serán los que, débiles e indefensos, estarán en un estado de necesidad pero ¿qué podrán esperar de nosotros? Todos sabemos que no hay mejor modo de crear un ser sin escrúpulos, un ser egoísta e indiferente al dolor ajeno, que dárselo todo a cambio de nada”. Un propósito que nos exigirá una dedicación… en cuerpo y alma. Un alma que, a medida que vamos adquiriendo más privilegios irá quedando replegada tras el egoísmo, el infantilismo y la inmadurez.

No hay mejor modo de crear un ser egoísta y sin escrúpulos, que dándoselo todo sin pedir nada a cambio.

Si hay alguien enfermo preferimos mirar en otra dirección, si alguien no nos sirve lo dejamos de lado y esto nos parecerá “normal” pues hemos confundido, para nuestra eterna desgracia, “lo normal” con el egoísmo y la superficialidad.

Lourdes Relloso Campos

Psicóloga clínica y Sexóloga.

Instituto Bidane-Llodio