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El deseo de seguridad va contra toda noble y gran empresa»

TÁCITO

En demasiadas ocasiones observamos cómo las personas que nos rodean parecen adquirir éxitos y logros que a nosotros también nos gustaría alcanzar, pero nuestro deseo no es tan fuerte como para dar los pasos necesarios ni saber lo que deberíamos hacer nos hace hacerlo. Deseamos hablar con alguien que nos gusta, deseamos tener nuestra propia empresa, deseamos construirnos una casa, deseamos dejarlo todo y empezar de nuevo, deseamos salir de relaciones tóxicas, pero el deseo no basta para pasar a la acción.

Alcanzar nuestros sueños exige comenzar el viaje hacia aquellas metas que nos parecen atractivas, deseables. Pero cuando queremos darles caza cientos de dudas y miedos nos acechan, teniendo un mismo denominador común: todas comienzan por un terrible y fatídico ¿y sí…? Una lista eterna entre las que están los: «Y si me equivoco», «y si me sale mal», «y si hago el ridículo», «y si voy a la quiebra», «y si me quedo solo», «y si no soy capaz», » y si sufro…» y tantos otros que todos hemos padecido.

Ante cada uno de estos miedos, nuestra inercia será caer en la tentación de «no hacer nada» quedándonos en la casilla de salida sin ir más allá, manteniendo una permanente evitación ante cada peligro de la vida. Por supuesto, quien no actúa jamás se equivocará, pero el hecho de no correr riesgos también garantizará que nuestra confianza jamás se pueda entrenar.

Esta es la moraleja de nuestro pequeño microcuento titulado «¿Y SI?»: «Al pensar que quería ser feliz en la vida decidí iniciar un largo camino, pero justo antes de salir pensé: ¿ y si llueve ? y ante la duda, metí un paraguas. Después pensé:  ¿Y si se me hace de noche mientras camino ? y metí el saco de dormir. Después pensé: ¿ y si por el camino me encuentro con el lobo feroz? y entonces decidí meter una escopeta. Pero lo peor de todo es que después de pensar pensé: ¿ y si en el camino tengo miedo a la soledad? y en aquel momento tomé una firme decisión: ¡Quedarme con el lobo feroz!

Sobrecargados de equipaje por tanta solución adoptada, que pretende quitarnos el «¿y si?» de la cabeza, somos los que no podemos movernos con libertad. Llevando a cuestas todos aquellos remedios que nos harán más «fácil» (¡entre comillas!) el viaje. Y digo «entre comillas» porque nuestro paraguas, nuestro saco de dormir, nuestra escopeta y todos aquellas soluciones adoptadas ante los diferentes «y Si» para hacernos sentir «seguros» serán la garantía de que pongamos nuestra fe en ese pesado «sobreequipaje» que nos privará de libertad y nos exigirá cada día cargar con más «remedios» a nuestra espalda, hasta el punto de poder cargar con quien nos mina y nos destroza el alma.

Solo quienes acepten el riesgo, asumiendo la incertidumbre, aprenderán a confiar en sí mismos. Ni más ni menos. La confianza se entrena, se adquiere con cada duda que sobrellevamos, a pesar de nuestra inseguridad y de la posibilidad de poder sufrir las diferentes inclemencias del destino, sin caer en la tentación de «meter más y más medidas preventivas» en la maleta. Por esa razón cuando vemos personas seguras hay algo que debemos saber: fueron personas que llegado el momento, cuando las cosas se pusieron feas, dieron un paso al frente aunque se pudieran equivocar, asumiendo riesgos y consiguiendo de ese modo una inquebrantable confianza personal.

Lo contrario de la aventura que nos hace enfrentarnos con nuestros miedo es el control, pero ese control no nos permitirá adquirir coraje ni hacer crecer nuestra confianza o nuestra autoestima.

Nos equivocamos al considerar que es nuestra falta de confianza, de seguridad o de autoestima la razón de que no demos ciertos pasos en la vida. Es justo lo contrario: el hecho de que evitemos todos los riesgos que encontramos será la garantía de que jamás consigamos tener confianza en nosotros mismos.

Esas creencias machistas de que debemos ser quienes pasemos a la acción con total seguridad, explorando los terrenos más inhóspitos sin pestañear, nos hacen retirarnos con sensación de fracaso si hemos sentido la incertidumbre propia del novato que genera revoltosas mariposas en el estómago. Una profunda ignorancia de las emociones nos educa en rechazar el miedo, en lugar de comprender que sentir incertidumbre y soportar las dudas es el indicador de que estamos evolucionando en la vida, de que estamos adquiriendo una capacidad hasta ese momento no entrenada.

Es así como las personas nos quedamos atrapados en las situaciones que controlamos totalmente, en esa mal llamada «zona de confort» que no es sino una limitada prisión que nos hará cada día más inseguros y amedrentados. Porque el seguro no es el que explora un camino sin sentir incertidumbre sino el que, a pesar de la inseguridad que pueda sentir, no deja de explorar ese camino.

Aún recuerdo el vértigo terrible que sentí cuando monté mi empresa, cuando pedí mi primer préstamo hipotecario, cuando decidí ir a vivir allí donde para demasiadas personas no tenía sentido ir a vivir. Tomar decisiones a pesar de los miedos, a pesar de las dudas, a pesar de las opiniones que te dicen que estás equivocándote es el principio de que nuestro músculo de la confianza se vaya entrenando cada día más.

Nadie te viene con un paquete de confianza por Navidad. No nacemos con ella. Nadie la tiene ni carece de ella. Se  adquiere con cada decisión que tomamos en la vida, de igual modo que, con cada evitación corremos  el riesgo de perderla. Así pues, en esta vida llena de incertidumbres nuestra única garantía es que alcanzaremos tanta confianza personal como… ¡riesgos asumamos en la vida!

Y tú ¿te atreves a correr el riesgo?

Ilustración Clara Thomson

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