«Los tiempos difíciles no crean a los héroes. Es durante los tiempos difíciles cuando se revela el «héroe» dentro de nosotros.» Bob Riley

Estamos en un momento único de nuestras vidas, un momento de absoluta crisis, donde aparecen miedos, incertidumbres en los ámbitos más importantes: la vida, la salud, el futuro … Es aquí y ahora donde observamos respuestas radicalmente opuestas en los seres humanos que nos rodean: desde aquellos que corren al supermercado a hacerse con lo que no hay y acapararlo para que nada les falte, hasta los que sin tener apenas recursos sacan fuerzas de flaqueza y se ponen a hacer mascarillas para todos aquellos que las puedan necesitar.

En crisis o fuera de ella, nada cambia, siempre somos la misma persona, desde que nacemos hasta nuestro último respiro. El que tiene la capacidad de ir más allá de si mismo lo demostrará ante cada situación en la que observe a un semejante en problemas y quien jamás ha podido mirar más allá de su ombligo, hoy tampoco lo hará.

Nada cambia, siempre aportamos lo que somos. Quienes tienen la capacidad de ver lo positivo dentro de lo negativo nos lanzan una reflexión que aporta luz dentro de la oscuridad, mientras que los expertos en la queja, en la crítica y en señalar con el dedo se dedican a criticar lo obvio, a juzgar lo evidente, a buscar los culpables que todos conocemos sin hacer otra cosa que dar golpes a un saco como un niño que ante una situación negativa que le supera exhibe una soberana pataleta.

Ojala después de todo esto tengamos la capacidad de observar las otras pandemias que antes de ésta estaba padeciendo el ser humano. No, no me refiero a aquellas que sufrimos a lo largo de la historia: la Peste Antonina que golpeó al Imperio Romano ni a la plaga de Justiniano que asedió Costantinopla ni a la Peste Negra que hasta la fecha es la más mortífera de todas. Me refiero a las pandemias que desgraciadamente seguirémos sufriendo después de ésta y de un modo sibilino van matándonos, aniquiando nuestra salud, pareciendo no tener mayor trascendencia para nuestros gobernantes.

Pandemia es aquel nombre que recibe una enfermedad cuando cumple dos condiciones: que se padezca en varios continentes y que no sea importada sino provocada por trasmisión comunitaria, pero nadie parece entender que somos víctimas de la pandemia del miedo, de la angustia, de la inseguridad… una pandemia que nos convierte en presas y que nos hace actuar sin pensar y pensar sin actuar. Hoy todos sabemos que nuestra salud corre peligro, que nuestro mundo está en riesgo y que las personas estamos expuestas a miles de sustancias cancerígenas presentes en miles de productos de consumo diario.

La emoción de miedo pude resultar el peor de los carceleros. Llevándonos a volandas sin preguntarnos dónde queríamos ir. El miedo a no tener, el miedo a perder, ha ido convirtiéndonos en compulsivos hacedores en una permanente huida hacia adelante. Huyendo de nosotros mismos, alejándonos de los nuestros, rompiendo nuestra quietud y nuestra serenidad sin que fuéramos conscientes de que estábamos enfermos de ansiedad y estábamos labrando nuestra propia desgracia al querer no pensar en que desear cada vez más nos iba a dejar, irremediablemente, con menos.

Hemos creado una sociedad en la que en la infancia no se tiene tiempo para jugar, pero en el tiempo de la pandemia recogemos firmas para exigir que los niños tengan el derecho a hacerlo libremente en las calles. Hemos generado una sociedad en la que no tenemos tiempo para la familia porque la economía prima sobre la conciliación familiar y ahora que estamos en una situación de excepción hablamos de lo importante que es estar con los nuestros y disfrutar de sus caricias y abrazos. Somos la sociedad de la comida rápida, de los plásticos omnipresentes, de la basura permanente, de la emisión de gases sofocante que destruirá la tierra y la posibilidad de toda vida ante la dejación de las principales potencias que siguen mirando en otra dirección, pero ahora que estamos padeciendo esa misma incompetencia de quienes debían haber actuado y, como el avestruz prefirieron no ver la amenaza ante el coronavirus, pedimos explicaciones.

La pandemia del miedo nos hace actuar sin pensar y pensar sin actuar. La pandemia de la «indefensión aprendida» nos hace no intentar nada tras observar con impotencia y frustración que nuestra protesta no llega ni cala en quienes pudiendo actuar deciden NO hacer nada. La pandemia de la dejación, de la inactividad, del conformismo y del miedo son nuestras peores enemigas y éstas quizá no se pasen tras la crisis del coronavirus, pero ahora que hay tiempo, algunos se unen en la lucha contra «la amenaza» que nos ha puesto en jaque.

Antes de advertirnos de esta pandemia, se nos advirtió de otra que muchos hemos padecido: la pandemia del cáncer. Al menos una de cada tres personas desarrollará esta enfermedad en algún momento de su vida. Acumulamos un sin fin de sustancias cancerígenas en nuestro cuerpo que el gobierno permite impunemente. Nos envenenan por inhalación, en la alimentación, con productos de limpieza, de higiene personal, en pesticidas, con hormonas que van a los alimentos que ingerimos…, pero para ellos todo vale porque es así como se siguen lucrando mientras nosotros seguimos enfermando. Los científicos hoy afirman, sin lugar a dudas, que la exposición a pequeñas cantidades de los organoclorados que se encuentran en los plásticos y pesticidas son suficientes para ser considerados un factor causante de cáncer de pecho, pero a pesar de todo lo sabido y advertido no nos hemos unido para decir: ¡BASTA YA!

El cáncer es la segunda causa de muerte por enfermedad crónica y mata a 7 millones de personas cada año alrededor del mundo, se calcula que en 15 años, esta cifra aumentará en un 50 por ciento. La organización Mundial de la Salud (OMS) junto con su comité de expertos mostraron su preocupación por lo que consideran una epidemia, la pregunta es quién debe actuar ante estos datos o por qué no se han tomado medidas contundentes ante los mismos.

¿Debemos esperar a que papá gobierno actúe, ayudado por sus cómplices en semejante ineptitud, o debemos ser cada uno de nosotros los que «pasemos a la acción»?

No voy a pedir que con la que está cayendo nos dé por pensar lo mal que ya estaba todo y la epidemia que ya estábamos sufriendo sin ser demasiado conscientes de ello, aún teniendo toda la información en nuestro haber. No voy a pedir que atendamos lo que teníamos normalizado y nos estaba matando, pero estaría bien que ahora que tenemos tiempo paremos a reflexionar y nos hagamos una pregunta: ¿Qué tenemos que hacer o no hacer conscientemente y voluntariamente para poner en riesgo nuestra vida y la de los nuestros?

Preguntarnos qué podemos hacer ante lo que no depende de nosotros solo nos genera impotencia, pero preguntarnos qué podemos hacer o no hacer voluntariamente para terminar con nuestra salud nos abre la posibilidad de «salir de nuestra pasividad», ahí radica nuestra heroicidad en los tiempos difíciles.

Quizá, cuando todo esto pase, deberíamos pedir firmas para que se empiece a multar a cualquier empresa que venda alimentos con productos cancerígenos, al igual que se multaba a quien ponía en riesgo a los demás al salir de casa con el coronavirus. Quizá deberíamos pedir firmas para que se imponga una normativa en la que todos los productos se vendan en recipientes biodegradables para dejar de matar nuestro planeta, al igual que a nosotros se nos ha impuesto quedarnos fuera de nuestro país, dejar solos a nuestros seres queridos e incluso no poder celebrar un funeral a nuestros muertos. Si todos debemos tener la madurez de comprender que el bien de todos debe prevalecer sobre el interés e incluso la necesidad individual, esta misma premisa no debe saltarse cuando el beneficiado es el poderoso y el beneficio, su permanente ganancia.

Si hay obligaciones para proteger la salud y las debe haber, si hay una urgente necesidad de reflexión y, sin duda, también la hay, si hay una situación de riesgo para el ser humano y para nuestro planeta … debemos tomar medidas y debemos hacerlo sin demora, sin ser condescendientes, sin ser infantiles, sin cometer el error de autoengañarnos hasta que sea demasiado tarde.

La pandemia del coronavirus quizá no sea lo peor de esta década, quizá las peores pandemias sean esas que han hecho que fuéramos tan rápido que no reparásemos en el daño que nos estábamos haciendo a nosotros mismos, a los demás y al mundo. Corriendo de aquí para allá con el único objetivo de «tener» una seguridad económica, abandonando nuestras vidas y nuestras familias para acaparar, dejando que quienes nos envenenaban siguieran haciéndolo con total inmunidad porque nos faltaba tiempo para pensar y hacer algo al respecto. Gracias al coronavirus yo he tenido tiempo para pensar que debemos «ponernos en acción», todos a una, uniendo nuestras fuerzas para salvarnos de aquellos que hasta ahora nos han ido envenenando, pero se han lavado las manos. Esos que dirigen países y afirman con desfachatez que no hay cambio climático, esos que siguen llenando sus arcas fabricando materiales que llenan el planeta de basura, esos que nos dicen no actuéis y que después nos hacen pagar el precio más alto que un ser humano puede pagar, la falta de salud.

Cuando la enfermedad llega a tu casa solo puedes pelear por recuperar aquello que te ha sido arrebatado, por esa razón el tiempo para luchar es cuando vemos que el lobo se acerca, no cuando ya hemos caído en sus fauces.

El héroe que hay dentro de cada uno de nosotros debe salir a la luz, debe mostrarse si es que está dormido y debe exigir que se tomen medidas ante las pandemias que ya nos amenazaban antes de la que hoy estamos sufriendo. Tú eres el héroe que el mundo necesita y solo tú puedes hacer algo para salvar a los tuyos. Tú, en tu casa. Yo, en la mía. Todos, en la nuestra.