La soledad será la única verdad que conoceremos mientras no alcancemos la capacidad de creer en el amor”

Hoy más que nunca la individualidad se alía con el poder y la autosuficiencia disfrazándose de una libertad que nos condena a abandonar al otro, no tenerlo en cuenta e, incluso, considerarlo como el más poderoso de nuestros enemigos. Sin embargo, miramos a nuestro alrededor y hay algo claro: vamos de dos en dos. Volvemos a mirar y hay algo tangible: siempre hay quién ha sufrido el desamor.

En el amor seremos dos los vencedores mientras que en el desamor seremos, por lo menos, dos los vencidos, sin embargo, en nuestra sociedad se ensalza y alimenta una falta de responsabilidad que devora ferozmente cualquier relación de pareja

¿Cómo siendo tantos los que intentamos lograr un buen amor son tan pocos los que lo consiguen? ¿Por qué nos fallan las relaciones una y otra vez?

Cuando muere el amor culpar al otro por lo que hizo mal, considerarle nuestro enemigo y hacerle único responsable del fracaso es el principal obstáculo con el que mañana, con toda seguridad, volveremos a tropezar. Cada vez que una relación falla, deberíamos bucear en lo más profundo de nosotros mismos y ver qué hicimos de modo equivocado pues sin duda, nosotros y nuestras costumbres, estaremos presentes en la próxima ecuación y si no sabemos qué pudimos hacer mal, volveremos a fallar en el mismo punto. A lo mejor somos demasiado fríos, a lo mejor demasiado posesivos, a lo mejor tenemos demasiados secretos, a lo mejor no tenemos en cuenta al otro, a lo mejor pecamos de egoístas, a lo mejor lo hacemos de críticos. Serán muchas posibilidades pero, con toda seguridad, habrá una única certeza: si no hacemos algo al respecto, en la próxima relación volveremos a ser el mismo que en la anterior.

Nuestra responsabilidad en la relación de pareja será, en demasiadas ocasiones, la que nos convertirá en los cómplices de su fin. No podemos ganar la batalla del amor si no somos dos que peleamos juntos, de la mano y con la misma dirección. Cuando entramos en pulsos, en luchas o en conflictos ganará la única que puede hacerlo: la pasividad. De este modo, no expresamos a nuestro compañero o compañera lo que deseamos, cómo nos sentimos o qué necesitamos y nos limitamos a esperar, convirtiéndonos así, antes o después, en ese ser cobarde que mañana reprochará al otro que no le haya dado o que fuimos incapaces de solicitar. Creencias como: “Debería salir de ti”, “Si me quisieras no te lo tendría que pedir”, “Has sido incapaz de llamar”… no hacen otra cosa que poner en evidencia nuestra incapacidad de confiar en el otro y la pasividad con la que esperamos que nos demuestren aquello que nosotros mismos no somos capaces de creer: que nos quieren.

Por prudencia aprendemos a desconfiar, por cautela aprendemos a evitar. Hoy somos ese ser, pobre de espíritu , que buscando la seguridad en el plano emocional no hace sino dudar y, de ese modo, andamos deambulando como si fuéramos parte de la Santa Inquisición en un mundo de guerras, desconfianzas y pruebas. No creemos en el amor del otro si no lo demuestra, no confiamos en que nos quiera si no encontramos certezas de que ese sentimiento sea real. Será el otro el que deba responsabilizarse de que lleguemos a confiar pues nos han enseñado a sospechar del amor y de ese modo nuestra capacidad de confiar en que somos queridos ha ido disminuyendo hasta caer en un profundo abismos de soledad, tristeza y desesperación ya que, por desgracia, parafraseando a Antoine de Saint-Exupéry: “La verdad no es lo que descubrimos, sino lo que creemos”, así pues, la soledad será la única verdad que conoceremos mientras no alcancemos la capacidad de creer en el amor.

Lourdes Relloso Campo

Psicóloga Clínica Instituto Bidane

Psicología, psicopedagogía y sexología

Laudio (Álava)