Hemos sido educados para ser dos trabajadores fuera de cada mientras tratábamos de buscar a un tercero que hiciera las labores del hogar o cuidara a nuestros hijos, en el mejor de los casos, pues de lo contrario nos convertiríamos en dos “explotados” dentro y fuera del hogar que no podrían acceder a un solo momento de descanso. Hemos vivido como auténticas bombas de relojería que “no podría no poder” con todo pues se nos enseñó que el trabajo es “sagrado” y se nos ha olvidado que no lo son menos: la salud, la pareja, los hijos, el ocio, el disfrute, la familia, los amigos, el sueño u que quizás son estos y no otra cosa los que podrán proporcionarnos satisfacción personal.

¿Podremos vivir con menos económicamente? ¿Podremos disfrutar de lo que la ausencia de trabajo nos pueda ofrecer? ¿Será esta crisis una oportunidad para el cambio?

Es seguro que nuestras ideas estarán totalmente determinadas por un inconsciente social que no duda en afirmar “perlas” tales como: “El trabajo dignifica al hombre”, “Hay que trabajar para sentirse realizado”, “ Uno tiene que bastarse a si mismo”, “ La autosuficiencia económica es vital para el ser humano”, etc. Quizá por esa razón, hemos sido dos trabajando dentro y fuera, sin tiempo para ser pareja, padres, amigos e incluso personas. Trabajadores que, en sí mismo, es un piropo dentro de una sociedad que nos ha hecho olvidar que el que mantiene el hogar unido y atendido es el trabajador por excelencia pero que para realizar tan difícil tarea debe disponerse del tiempo suficiente para observar con detenimiento a los nuestros ya que este será el único modo de poder comprender y atender sus problemas y, en definitiva, hacer así el trabajo más importante para el equilibrio emocional y psicológico de aquellos que nos rodean, y por extensión de toda una sociedad.

Si la tensión, la incertidumbre y la quiebra no se apodera de nosotros quizá podamos encontrar la otra cara de la palabra crisis. Es el momento de para y preguntarnos si necesariamente debemos vivir tan rápido, si el trabajo es el máximo exponente de la felicidad y si no estaremos olvidando que el tiempo es algo fundamental para poder cultivar otras cosas en nuestras breves vidas: afectos, vínculos, relaciones, ocio y un largo y apasionante etcétera. Su es cierto que las dificultades potencian el ingenio quizá sea el momento de ser creativos y elegir una vida más saludable para poder cubrir todas aquellas necesidades que tenemos por el mero  hecho de ser humanos y que van mucho más allá de las que hasta ahora nos han obsesionado haciéndonos caer en una frenética lucha por su logro: la conquista de un mayor poder económico.

Cada sufrimiento puede abonar un cambio futuro y, si bien es cierto que no podremos librarnos del dolor y de la angustia de la “tan anunciada crisis” quizá si podamos evitar precipitarnos hacia el abismo haciendo cierto el dicho de: “A mar revuelto, ganancia de pescadores”, pues, hoy más que nunca, se nos ofrece trabajar más por menos abandonando definitivamente nuestro derecho a una vida personal digna y de calidad consiguiendo, de este modo, el mejor caldo de cultivo para el consumismo compulsivo: la insatisfacción personal. Lo que nos dejará atrapados en la espiral de trabaja más viviendo cada día una menos satisfacción que trataremos de compensar consumiendo más.

Así pues, si la crisis también puede ser una oportunidad de cambio es buen momento para parar y elegir una rutina distinta a la vivida hasta ahora, una rutina que nos permita, para variar, tener tiempo, ya que tener tiempo es … tener ¡vida! Aunque en nuestros días por desgracia ha quedado patente, citando a Paul Claudel, que:

No es el tiempo el que nos falta. Somos nosotros quienes le faltamos a él.

La crisis puede ser una oportunidad de cambio para elegir una rutina distinta.

Lourdes Relloso

Directora del Instituto Bidane

KamarakaKalea 2, Llodio (Álava)